Nuestra capacidad de responder a estímulos sexuales aparece desde el mismo momento en el que nacemos. Como neonatos ya podemos experimentar el placer erótico a través de nuestra piel. Las conexiones cerebrales están preparadas para que experimentemos sensaciones agradables y las codifiquemos como tales.

Durante la infancia, mantenemos ciertas “amistades” que aun no pueden catalogarse como realmente reciprocas, pues el desarrollo moral en este estadio, indica que poseemos un tipo de interacción con el otro de marcado corte egocéntrico, centrado en lo qué nosotros queremos y cómo lo queremos. A partir de la preadolescencia vamos desarrollando la capacidad de salir de nosotros mismos y sentir una empatía lo suficientemente completa como para poder desarrollar vínculos simétricos y comenzar un proceso de enamoramiento.

¿Cómo suele ser este primer enamoramiento? Las sensaciones que invaden nuestro cuerpo nos pillan de sorpresa,  nos desconciertan, nos aturden e incluso, en ciertos momentos, pueden llegar a superarnos. Nuestra inteligencia emocional aun se está desarrollando y apenas si poseemos la capacidad de darle un nombre a lo que nos pasa (nombrar la emoción que nos envuelve), de controlar lo que sentimos y de poder expresarlo adecuadamente. Nos convertimos en un torrente de sensaciones, emociones y sentimientos incontrolados, nos hemos enamorado por primera vez.

Es cierto que no todo el mundo se enamora de la misma manera, con la misma intensidad y a través de los mismos parámetros. Nuestro primer enamoramiento puede provenir de una dulce amistad o del más ardiente flechazo, pasando por un enamoramiento suave a otro brusco y repentino. Cada uno lo va a vivir a su manera. La diversidad en este terreno es tan amplia que podemos hablar de distintas maneras de enamorarnos y, por supuesto, de vivir nuestra sexualidad.

Teniendo en cuenta esta dilatada y saludable diversidad, podemos, sin embargo, hacer una breve generalización, sin ánimo de ser reduccionistas, y exponer cuáles son los dos tipos de enamoramiento que más pueden darse en el periodo evolutivo que va desde la preadolescencia, la pubertad, adolescencia e incluso post-adolescencia (nos movemos en una horquilla de edades comprendidas entre los 10-12 años a los 18-20). Estos dos tipos de enamoramiento se pueden denominar como: enamoramiento sufrido y enamoramiento eufórico.

La literatura cientifica del amor y el enamoramiento ha desmarcado a dos grandes estudiosos del tema: Robert J. Sternberg con su teoría del triángulo del amor y el canadiense J. Allan Lee con su variada denominación y tipología del amor. Basándonos en los postulados científicos y teóricos de este último autor, podemos establecer los rasgos de los dos tipos de enamoramiento más comunes en la adolescencia. Por un lado el enamoramiento eufórico se construye con los tipos de amor descritos por Lee: Eros y Ludus y el enamoramiento sufrido con lo que Lee denomino amor obsesivo o Manía.

Veamos a continuación en qué consiste cada uno de ellos:

  • Eros: intimidad y atracción física fuerte, podríamos definirlo como el amor romántico de El eros es un amor fugaz, basado en la tensión sexual y la pasión romántica, es un sentimiento intenso, irracional (típico de la vía inferior de nuestro cerebro, donde la amígdala domina el sistema). Este amor para Lee no suele pasar a una relación más profunda y duradera.
  • Ludus: el amor visto como un juego, de conquista y conquistado, el nivel de compromiso es ínfimo y el de diversión elevado. Encuentro fugaces con más de una persona. No es amor propiamente dicho, solo es un mero juego de conquista de una noche.
  • Manía: amor obsesivo, cambiante, sufrido, típico de las personas con apego inseguro tipo ambivalente. Es un amor tormentoso, alocado y agitado. El dolor psicológico se somatiza a nivel físico (dolores de estomago, etc.) Requiere inagotables pruebas e amor por parte del amado, siendo aceptadas y a la misma vez rechazadas, frases del tipo: “¿estás dejando de quererme?” rondan constantemente en la relación.

Así pues, en nuestra adolescencia, podemos mantener un enamoramiento eufórico caracterizado por una fuerte atracción física y un deseo de intimidad romántica elevado, sumado a una visión de este como un juego divertido de conquistar y ser conquistado. Conversaciones interminables por el chat o largas horas al teléfono con las características frases de “cuelga tú”, “no, cuelga tú”. La desventaja de este tipo de enamoramiento es que, como afirma Lee, suele ser efímero, pues se basa en la premisa de lo impactante del inicio de conocer a alguien y dejarse llevar por estas emociones, pero a corto-medio plazo, estas sensaciones suelen esfumarse y con ellas la química, reciprocidad y el feeling que ambos sentían.

También podemos enamorarnos de manera obsesiva y sufrida, sin control de nuestras emociones, donde nuestro cuerpo se resiente y padece: renunciamos a comer o comemos el doble, la ansiedad se adueña de nosotros, no dejamos de mirar el móvil esperando la respuesta del amado/a, no tenemos más vida que la de sufrir por el vendaval de sensaciones que se apoderan de nosotros. Más tarde cuando esta ventisca se va difuminando por el inexorable paso del tiempo, creemos que al sentir un menor torrente de sufrimiento estamos dejando de querer, nos desilusionamos y abandonamos a la pareja. La hipótesis de nuevo estaba equivocada, pues una relación no solo se nutre de los vendavales “dopamínicos” emocionales.

Parece que el enamoramiento propiamente dicho (reciproco y empático) comienza a surgir en la preadolescencia. Estos procesos pueden considerarse, en la mayoría de los casos, como pasos previos a relaciones futuras más fructíferas y estables, pues estos enamoramientos funcionan a modo de ensayo y error, de los cuales vamos aprendiendo y valorando, sumando vivencias y acumulando experiencias para mejorar y equilibrar nuestra inteligencia emocional. El periodo de los 20 a los 30, en la actualidad, se ha convertido en una época para consolidar nuestras vivencias, de ir dejando de lado el ensayo y error y calibrar más nuestras decisiones, pues el bagaje de ganancias y pérdidas emocionales suele volver a las personas más precavidas y racionales, en su toma de decisiones. A partir de los 30, poseemos un equipaje emocional, vivencial y experiencial suficiente para poder entablar relaciones menos toxicas, no basadas tanto en el aluvión de sensaciones iniciales y más equilibradas (si hemos aprendido de los errores y madurado emocionalmente). Cada época de nuestra vida es buena para enamorase, puede que la única diferencia radique en como lo “vivenciamos”.

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